Las autoridades del campo ordenaron la creación del sistema de altoparlantes de Dachau, que se terminó durante el verano de 1933. Para financiar su construcción, les habían ordenado a los prisioneros judíos que hicieran donaciones. Detrás de esa orden existía la amenaza implícita de que si no lo hacían las SS obtendrían el dinero por sí mismas para evitar mayores demoras. Poco tiempo después, los prisioneros judíos formaron una comisión para conseguir los fondos. Según Erwein von Aretin, los miembros de la comisión “aceptaron la exigencia, pero a cambio pidieron ser tratados humanamente.” Un pedido que las SS ignoraron. “Aceptaron la donación de buen modo pero rechazaron rotundamente el pedido de un trato más humano”. Finalmente, se ubicaron varios altoparlantes alrededor del campo. De vez en cuando, también los conectaban a estaciones de radio regulares.
Se ubicó un altoparlante sobre el techo de la conocida Schubraumgebäude (sala de derivación). La música que surgía de allí, de discos o de la radio, tenía un efecto devastador en los prisioneros. Walter Hornung lo describía de la siguiente manera:
Cuando escuchamos los primeros sonidos de los altoparlantes, sabíamos que la escasa cantidad de descanso y tranquilidad que normalmente tenía la tarde había desaparecido para siempre. Luego de unos chillidos molestos, la bestia comenzó a transmitir marchas: la marcha fascista italiana y la marcha Badenweiler. Ese vómito musical duró un ratito, pero luego la máquina ruidosa comenzó nuevamente. Al principio, la radio crujía ininterrumpidamente y hacía ruido. La cantidad de discos que pasaban eran pocos pero la música tenía un efecto penetrante. Como si fueran los pasillos de Valhalla, un poeta teutónico aullaba ‘To Your Arms’, y su voz sonaba como si viniera de un animal salvaje. Luego llegó el turno de la canción ‘Deutschland erwache aus deinem schweren Traum!’ (“¡Alemania, levántate!”). Este tratamiento por el despertar nacional a través de la canción alemana duró hasta la noche tarde y terminó con el himno nacional alemán y la canción de Horst Wessel. Y así, la gran madre Germania se sentó imperceptiblemente incluso junto a las camas de sus hijos más depravados y les cantó para que durmieran.
Además de esa “música patriótica”, había música de marcha, como la famosa marcha militar “Fridericus Rex,” y grabaciones de la canción de los trabajadores “Brüder, zur Sonne, zur Freiheit!” (“Hermanos, ¡hacia el sol, hacia la libertad!”); una canción que había sido elegida también por el movimiento nazi. Por un tiempo, se les permitió a los prisioneros escuchar las noticias por la radio, pero esto prontamente se prohibió. En ocasiones, sin embargo, la transmisión se interrumpía muy tarde y se filtraban en el campo algunos segundos de las noticias. No obstante ello, los prisioneros todavía podían obtener información secretamente. Walter Buzengeiger manifestó que “siempre había alguien que había escuchado la radio ese día.” Incluso se supo que los prisioneros pudieron escuchar el resumen del partido de fútbol entre Alemania y Bélgica. Recién cuando terminó, se dieron cuenta por qué les habían permitido estar en frente del parlante: el comandante Eicke comenzó a retarlos por altoparlante. Sin embargo, el artefacto se rompió en la mitad de su discurso violento y tuvo que continuar con su diatriba sin la ayuda del amplificador.
También se instalaron dos parlantes más en los ángulos de la cafetería de Dachau. Transmitían música durante las comidas para desviar la atención de las escasas raciones. Según Walter Hornung se suponía que los prisioneros debían “disfrutar al oir las obras de nuestros grandes compositores”. Como él escribió: “Ahora comimos mondongo con un popurrí de marchas militares: Blaue Heinrich con el bello vals Blue Danube (“El danubio azul”) de Strauss.” También estaba Preislied de la opera “Meistersinger” de Richard Wagner. Los prisioneros no disfrutaban de esta música de fondo como divertimento de bienvenida, sino que la tomaban como una interrupción y una molestia. Sin embargo, luego de un período de adaptación, ya casi no la notaban. “Todo el corredor –escribió Hornung- se convirtió en un gran ruido ordinario que bombardeaba los tímpanos hasta que ya no podían reaccionar. Esa música chabacana desbordaba el ambiente al máximo”.
La reeducación política de los prisioneros
Además de la tortura sónica a través de la música “nacional” alemana, el sistema de altoparlantes se solía poner en marcha para los festivales y feriados simbólicamente importantes para el régimen nazi. Entre ellos se incluye el Día del Trabajador (1° de mayo), indebidamente usado por los nazis para fines personales. Los altoparlantes también se usaban durante elecciones, congresos del partido y plebiscitos. En esos días los nazis torturaban a sus prisioneros (a quienes había denominado “ciudadanos sin nación”) con discursos de líderes del Partido Nazi. Según la ocasión, el acompañamiento musical de dichas transmisiones (obras patrióticas, canciones del Partido Nazi u obras clásicas de compositores alemanes) podía darle al evento un espíritu festivo o crear una atmósfera nacionalista.
En el congreso del Partido Nazi, durante el verano de 1933, se suspendió deliberadamente el trabajo de los prisioneros para que pudieran escuchar los discursos nazis y la música amedrentadora que los acompañaban. Walter Hornung dijo: “A última hora de la tarde y durante las primeras horas de la noche, se sacaban a relucir los hors d’oeuvres musicales: las marchas de desfile y la música jingoísta de Wagner. […] Con gran dificultad digeríamos los discursos ampulosos del führer.” El 12 de noviembre de 1933, el uso de los altoparlantes también se aplicó a las elecciones parlamentarias, ya que se utilizaron para obligar a aquellos que todavía podían votar a que lo hicieran en favor de los nazis. Todo esto había sido precedido por horas y horas de discursos de Hitler y grabaciones de música de marcha.
Los líderes del campo tomaron esas transmisiones públicas de radio como una demostración de su poder, una oportunidad para poder mostrarles a sus oponentes políticos encarcelados la fortaleza y la autoconfianza del régimen nazi. Asimismo, esos programas de radio alemana (que en cierta medida también estuvieron presentes en futuros campos) eran parte de variadas medidas diseñadas para llevar adelante una reeducación política de los prisioneros. Para los prisioneros, esos programas representaban un esfuerzo físico adicional, porque cuando escuchaban debían permanecer parados, en silencio, por largos períodos de tiempo. Para otros, pero en particular para los prisioneros políticos, las transmisiones de radio de Dachau implicaban una forma de discriminación y terror mental. Constantemente se les hacía tomar conciencia del hecho de que estaban en manos de sus enemigos y sin ningún medio para defenderse. Wenzel Rubner escribió:
Para nosotros, la radio no representaba un entretenimiento, sino una nueva forma de tormento para nuestras almas. Debíamos escuchar los discursos del führer y sus brutales insultos hacia nosotros y nuestros camaradas. Nos obligaban a oir las canciones que se burlaban de nuestras creencias.
Camuflaje para la tortura y desinhibición de los guardias
La música también se usaba durante los interrogatorios y la tortura que habitualmente los acompañaba. Muchos domingos por la mañana, llevaban a algunos prisioneros a la denominada “Schageter House”, una pequeña casa detrás de la habitación de los guardias. Allí golpeaban a los delincuentes con garrotes: sobre sus espaldas desnudas, en las palmas y dorso de las manos, en las plantas de los pies y en otras partes del cuerpo. La música actuaba como camuflaje de esta tortura sádica de los prisioneros. Fritz Ecker contó: “La música del campo que provenía de los altoparlantes se mezclaba con los gritos y los quejidos de aquellos a los que torturaban.” Con frecuencia, sólo algunas notas de dicha música eran suficientes para que los prisioneros más experimentados se dieran cuenta de qué estaba pasando y qué tipo de torturas se les aplicaban a alguno de sus camaradas.
Si bien la música de los altoparlantes tenía la finalidad explícita de disipar los gritos de tortura durante los interrogatorios, también servía para otros fines. Fundamentalmente, la música entretenía a los torturadores de la brutalidad de sus acciones, ya sea que las llevaran a cabo por castigo o por venganza. Durante la perpetración de dichos actos, la música cumplía la función de desinhibir y estimular a los guardias. Luego, ayudaba a generar una descarga. Este aspecto queda confirmado por un último ejemplo de Dachau. Luego de torturar a dos prisioneros, Sporer, miembro de las SS con el apodo de “Iván, el terrible”, prendió un cigarrillo y, según Ecker, “comenzó a bailar en una pierna al ritmo de la música que pasaban en la radio y que provenía del altoparlante.
Si bien la música de los altoparlantes tenía la finalidad explícita de disipar los gritos de tortura durante los interrogatorios, también servía para otros fines. Fundamentalmente, la música entretenía a los torturadores de la brutalidad de sus acciones, ya sea que las llevaran a cabo por castigo o por venganza. Durante la perpetración de dichos actos, la música cumplía la función de desinhibir y estimular a los guardias. Luego, ayudaba a generar una descarga. Este aspecto queda confirmado por un último ejemplo de Dachau. Luego de torturar a dos prisioneros, Sporer, miembro de las SS con el apodo de “Iván, el terrible”, prendió un cigarrillo y, según Ecker, “comenzó a bailar en una pierna al ritmo de la música que pasaban en la radio y que provenía del altoparlante.”
Guido Fackler
Referencias
Fackler, Guido: Musik im KZ Dachau. In: Focht, Josef / Nauderer, Ursula K. (Hg.): Musik in Dachau. Dachau 2002, S. 179-192.
Fackler, Guido: „... den Gefangenen die nationalen Flötentöne beibringen.“ Musikbeschallung im frühen KZ Dachau. In: Jahrbuch des Vereins „Gegen Vergessen – Für Demokratie“ 2 (1998), S. 170-174.
Widmaier, Tobias: KZ-Radio. Lautsprecherübertragene Musik in nazistischen Konzentrationslagern. In: Heister, Hanns-Werner (Hg.): Musik / Revolution. Festschrift für Georg Knepler zum 90. Geburtstag. 3 Bde. Hamburg 1997, hier Bd. 2, S. 315-324.
Testimonios testigo
Hornung, Walter [= Julius Zerfaß]: Dachau. Eine Chronik von Walter Hornung. Zürich 1936, quotes on 137-138, 140-141, 169, 178-179.
Aretin, Erwein von: Krone und Ketten. Erinnerungen eines bayerischen Edelmannes. Hg. von Karl Buchheim und Karl Ottmar von Aretin. München 1955, quote on 283.
Buzengeiger, Walter: Tausend Tage Dachau # 309. Ulm o.J. [1996/97], quotes on 22, 26.
Konzentrationslager. Ein Appell an das Gewissen der Welt. Ein Buch der Greuel. Die Opfer klagen an. Dachau – Brandenburg – Papenburg – Königstein – Lichtenburg – Colditz – Sachsenburg – Moringen – Hohnstein – Reichenbach – Sonnenburg (Probleme des Sozialismus. Sozialdemokratische Schriftenreihe, Nr. 9). Karlsbad 1934, reports of Wenzel Rubner (54-76, quote on 64) and Fritz Ecker (13‑53, quotes on 28, 41).