A principios de 1930, en la cima de su carrera, Camilla Spira era una estrella del mundo cinematográfico. Parecía que había nacido para ser una estrella: su padre, Fritz Spira, era uno de los mejores actores del cine mudo alemán, su madre, Lotte Spira, también era una actriz exitosa, y su única hermana se convertiría en una de las estrellas de la industria del cine de Alemania Oriental después de la guerra. En lo último que Camilla y su marido pensaban era en los orígenes judíos de su padre. Cuando los nazis llegaron al poder, Spira no quería dejar Alemania porque estaba convencida de que Hitler no duraría en el poder por más de un par de años. Si bien no tenía problemas económicos por aquel entonces, Camilla quería actuar, y comenzó a trabajar para la Kulturbund. De repente, sólo había judíos entre su público. En 1938, ella y su marido tenían pensado hacer un corto viaje de negocios hacia los Estados Unidos. Según Spira, ellos eran las únicas personas del barco holandés que querían volver a Alemania. No se quedó con una buena impresión luego de su estadía en los Estados Unidos, ya que no estaba preparada para la segregación y el sentimiento anti-inmigrante que allí encontró. Por lo tanto, pensó que podría volver a casa, a Alemania.
Sin embargo, durante el viaje de retorno, la familia se enteró por radio del pogromo de la Kristallnacht. Estaban conmocionados por lo que escucharon: quema de sinagogas y humillación pública de judíos, sumado a redadas y deportaciones masivas. A pesar de que ya habían enviado su equipaje a Berlín, decidieron quedarse en Holanda. Sin embargo, la seguridad que allí encontraron fue temporaria, y eventualmente, en 1943, fueron trasladados al campo de tránsito de Westerbork. Allí Spira volvió a actuar para públicos judíos y, por un breve lapso de tiempo, los ayudaba a olvidarse de la realidad que los rodeaba.